lunes, 26 de septiembre de 2011

Facturas de luz por pagar, teatros vacíos, canchas sin utilidad. Los lectores de 'La Vanguardia' señalan nuevos equipamientos inviables

Los Ayuntamientos se enfrentan a la inviabilidad económica de sus servicios por la crisis

Hace hoy exactamente una semana, el lunes pasado, los operarios de Endesa se presentaron en la escuela pública Las Seguidillas de Badia del Vallès (13.700 habitantes) para cortar la luz. El Ayuntamiento acumulaba una deuda de 150.000 euros con la compañía y, tras diversos apercibimientos, decidió enviar a sus brigadas. Lo cierto es que el Ayuntamiento no había podido pagar lo que debía. La Generalitat no había transferido los fondos que periódicamente traspasa al Consistorio y sin los cuales Badia es económicamente inviable. Sin las aportaciones del Govern - la Generalitat debe al municipio 4,4 millones de euros-no podría sobrevivir, sus empleados se quedarían sin cobrar las nóminas y las pizarras electrónicas de sus escuelas se quedarían definitivamente a oscuras, porque carece de cualquier actividad económica sobre la que construir un padrón fiscal del que obtener ingresos. No es un caso único.

Se trata de otra versión de las joyas impagables de las que ya daba cuenta este diario en su edición del domingo pasado. Ayuntamientos cuyos servicios son inviables económicamente y que ahora se enfrentan a un feo panorama y alientan el debate sobre qué futuro deben tener.

En Bellvei no saben qué hacer con su magnífico polideportivo. Un lector puso a La Vanguardia sobre la pista: "Un pueblo de 2.000 habitantes - escribía en su mensaje-donde no existe ningún equipo de formación ni sénior, de balonmano, baloncesto o hockey". Y aun así, el municipio gastó dos millones de euros (casi medio millón más de lo previsto inicialmente) en la construcción de un polideportivo. Se inauguró en julio del 2006. Ahora, explica el alcalde, Félix Sans, "las instalaciones son totalmente deficitarias. El mantenimiento del polideportivo cuesta entre 600 y 1.000 euros al mes, y eso es mucho dinero para un Ayuntamiento como el nuestro". Bellvei, con un presupuesto de tres millones (2010), ha confiado al Consell Esportiu del Tarragonès, un consorcio de titularidad pública, que lo alquila a equipos de la comarca, pero para el Ayuntamiento, cuantas más actividades promueve, más caro es mantenerlo. "Es - admite el alcalde-un callejón sin salida".

Manel, otro lector de La Vanguardia, sugiere otra joya similar: el Centre Espai Escènic de Castellterçol. "Su coste de construcción - escribe-fue de dos millones de euros". El nuevo alcalde de Castellterçol, Vicenç Sánchez (Alternativa Independentista), admite que el centro es una cruz para las arcas municipales. Los dos millones que pagar entre Generalitat, Diputación y Ayuntamiento aún no se han devuelto en su totalidad, pero además, han aparecido diversas anomalías que han dejado las luces y el suelo inservibles para su propósito. "Es - asegura el alcalde-una auténtica joya". Sin embargo, asegura que su población no puede renunciar a este equipamiento y que tratará de sacarle partido.

No hay más remedio: acarrear con la cuenta de gastos y tratar de darle la máxima utilidad. Esa es la filosofía del presidente de la Associació Catalana de Municipis (ACM), Salvador Esteve, que el próximo día 1 renunciará a este cargo tras ser nombrado presidente de la Diputación de Barcelona. Esteve considera que, posiblemente, la única opción que tienen en estos momentos los alcaldes es convencer a los ciudadanos de que el uso de los equipamientos municipales tiene un coste que, en parte o en todo, deben asumir.

Salvador es contrario a la venta o a la recalificación de estos edificios. "Cuando un alcalde construye un equipamiento es porque existe una demanda de la ciudadanía". Una demanda que responde también a un principio de equidad: "No sólo los vecinos de Barcelona han de poder tener una biblioteca o un polideportivo a la vuelta de la esquina".

Lo realmente difícil en este caso es lograr fijar un equilibrio entra la equidad y la eficiencia económica y social. Una regla que, en algunos casos, no ha funcionado en los últimos años.

Entre la nacional 340 y las vías del ferrocarril en Torredembarra hay un enorme edificio vacío. Se trata de una teatro. Más exactamente, de las obras de un teatro que posiblemente nunca llegará a ser. Debía subir el telón el invierno pasado, cuando el Ayuntamiento paró las obras. La construcción de este imponente coliseo, con capacidad para casi 500 espectadores, acumulaba retrasos desde que en el 2008 empezaron las obras, y muchas deudas. El coste se había calculado en unos tres millones de euros y, según los estudios del equipo de gobierno municipal (en el que se habían producido varios relevos), había que añadir 1,7 millones de euros más para terminarla. Un año y medio después, la obra sigue tal y como la dejó la empresa constructora en invierno del 2010. El Ayuntamiento solicitó un crédito de cinco millones de euros (parte de los cuales se iba a destinar a finalizar el teatro), pero sólo consiguió un millón de euros. La delicada situación económica obligó a destinar estos recursos a otras actuaciones que tenían prioridad, como la ampliación del cementerio. Las obras no seguirán, aseguran en el municipio, que, por ahora, tampoco tiene prevista la posibilidad de una demolición.

El presidente de la ACM, Salvador Esteve, sale en defensa "de casi todos los alcaldes de Catalunya. En general, todos han hecho bien su trabajo en unas condiciones difíciles". Esteve admite que en los años de bonanza económica algunos municipios se equivocaron al pensar que "esa situación iba a durar permanentemente.

Pero - advierte-se equivocaron del mismo modo que lo hicieron muchas familias y muchas empresas en este país. Ni más ni menos que ellos".

Para Salvador Esteve, la falta de un marco financiero estable y razonable para los ayuntamientos explica buena parte de los problemas que describe este reportaje. "Si el Estado no nos obligara a pagarle a él antes que a nuestros proveedores y la Generalitat pagara cuando toca, puntualmente, tal vez estos problemas serían menores".

Información elaborada por Paloma Arenós (Badia), Sara Sans (Bellvei y Torredembarra), Alba Felip (Castellterçol) y Jaume V. Aroca

lunes, 5 de septiembre de 2011

Adiós a las grandes guerras


Una década de conflictos irresueltos deja paso a operaciones secretas | Libia, la muerte de Osama bin Laden y los 'drones' señalan la vía futura | El gasto militar se ha doblado, y la factura bélica supera el billón de dólares | EE.UU. tiene un ejército secreto y de élite formado por 25.000 soldados | Los gran mayoría de estadounidenses ha vivido estos años sin sacrificios | "Al final deberás tener a gente sobre el terreno", afirma un historiador militar

La década del 11-S empezó con una exhibición de fuerza abrumadora de las fuerzas armadas más poderosas de la historia. Y termina con un país en el que la distancia entre la sociedad y los militares se ahonda y sin apetito para más conflictos. Estados Unidos, reacio a volver a enviar decenas de miles de tropas a lugares remotos e incomprensibles, opta con la Administración Obama por un nuevo tipo de guerra secreta con bombardeos con aviones sin piloto y operaciones con fuerzas especiales que escapan al escrutinio público.

En conversaciones con historiadores y expertos en seguridad en EE.UU., emerge un diagnóstico: para la inmensa mayoría de los estadounidenses, más del 90% de la población que no es militar ni tiene vínculos familiares con los militares, las guerras de esta década han sido guerras invisibles, lejanas. Hay una desconexión. No hubo, tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, de los que el domingo se cumplirán diez años, un discurso de sangre, sudor y lágrimas. Al contrario: el entonces presidente George W. Bush animó a sus compatriotas a consumir.

"Excepto para las familias de los soldados que han servido varias veces en ultramar y que han realizado sacrificios enormes, para el resto de norteamericanos no ha sido una ocasión para el sacrifico. No hay un sensación de participación universal", constata Brian Michael Jenkins, que lleva cuatro décadas estudiando la amenaza terrorista en la Rand Corporation, el laboratorio de ideas de referencia en materia de seguridad, cuyo primer cliente es el Pentágono. Esta ausencia de sacrificio, en opinión de Jenkins, se disfrazó de alardes hiperbólicos de patriotismo.

Un motivo de este distanciamiento es que, para EE.UU., Afganistán e Iraq han sido mucho menos letales que guerras anteriores como Vietnam. En Vietnam murieron unos 60.000 estadounidenses. En Afganistán, una guerra más larga que Vietnam, han muerto unos 1.600. En Iraq más de 4.000. En Vietnam, además, el reclutamiento era obligatorio, lo que socializó el dolor. Todas las familias conocían a alguien que estaba en la guerra, o que había muerto. Ahora no. La superpotencia ha externalizado la guerra a los voluntarios, un segmento que no llega al 1% de la población.

"Nunca diría que el país no se preocupa. Pero la gente sigue con sus vidas –dice John McManus, historiador militar en la Universidad S&T de Misuri–. A veces me pregunto si este es el motivo por el que estas guerras hayan durado tanto. Sólo afectan una parte muy pequeña de la población, muy respetada, pero la mayoría de los americanos no tienen ningún vínculo con las fuerzas armadas y quizá no conocen a nadie que esté en ellas". La escasa implicación social en las guerras reduce la presión política para terminarlas.

Pero la ausencia de victoria en Iraq y Afganistán y el coste han hecho mella. Ambas guerras han costado 1,3 billones de dólares, según cálculos recientes. En estos diez años el presupuesto militar casi se ha doblado. Hay fatiga bélica, entre los ciudadanos y los gobernantes. "Esto puede hacer que Gobierno y población sean muy reticentes a ir a guerra y usar fuerza militar en grandes proporciones. Pero no creo que sea porque estas guerras no hayan tenido éxito, sino porque estas guerras han durado tanto y no se han decidido", dice Richard Kohn, profesor emérito de historia militar en la Universidad de Carolina del Norte.

En febrero, el entonces secretario de Defensa, Robert Gates, dijo que "cualquier secretario de Defensa que aconseje a un presidente volver a enviar un gran ejército terrestre a Asia, a Oriente Medio o a África debería hacérselo mirar". Hace unos días, su sucesor, Leon Panetta, presentó la intervención en Libia, en la que EE.UU. ha sido fundamental pero ha estado en un plano secundario, como un modelo para intervenciones futuras. Gates y Panetta resumían el arco que va de 2001 a 2011, de las intervenciones terrestres en Afganistán y, sobre todo, Iraq, a Libia y la muerte de Osama bin Laden en mayo.

El número de fuerzas especiales ha pasado de 1.800 antes del 11-S a 25.000 ahora, según ha revelado The Washington Post, que las define como "el ejército secreto de EE.UU." Bajo la dirección del Mando Conjunto de Operaciones Especiales, este ejército, que incluye a los Navy Seals, el grupo de élite que mató a Bin Laden, actúa no sólo en Iraq y en Afganistán sino en países con los que EE.UU. no está en guerra como Yemen, Pakistán, Somalia, Filipinas, Nigeria y Siria. En paralelo, la CIA ha desarrollado un brazo militar que, entre otros cometidos, controla los bombardeos con aviones no pilotados –zánganos, o drones, en inglés– que han liquidado a más de 2.000 supuestos terroristas desde el 2001.

La guerra secreta plantea problemas legales y éticos. Las muertes de civiles en operaciones nocturnas o en bombardeos, además, son contraproducentes para los intereses estadounidenses. Y algunos dudan de su efectividad. "La tecnología es importante, pero los drones sólo te llevan hasta cierto punto. Al final deberás tener a gente sobre el terreno que alcancen tu último objetivo, sea cual sea. Es muy difícil hacerlo usando sólo drones", dice McManus, autor un libro sobre los soldados rasos desde la Segunda Guerra Mundial hasta Iraq.

El profesor Kohn prevé que la fatiga bélica propicie cambios en las fuerzas armadas similares a los que ocurrieron tras la desmovilización posterior a guerras pasadas. Un precedente, añade, son los años veinte y treinta. El tamaño de las fuerzas armadas se redujo pero adoptaron nuevas tecnologías como tanques, camiones, aviones y submarinos. Kohn recuerda que también fue la época de las pequeñas guerras en países como Nicaragua o Haití. "Y en cierto modo –concluye– se luchaban del mismo modo que ahora luchamos contra los terroristas en distintas partes del mundo como el Cuerno de África y el sudeste asiático". En las guerras futuras resuenan ecos arcaicos.