sábado, 27 de junio de 2009

Leopoldo II de Bélgica y Holanda

Un estudio revela que Leopoldo II de Bélgica planeó invadir Holanda

Se sabía que había sopesado invadir Creta, Cuba, Texas, las Antillas y hasta comprar a España las islas de Filipinas y Canarias. Al final, Leopoldo II (1835-1909), el segundo y más feroz de los reyes belgas, se conformó con invadir el Congo y convertirlo en su jardín particular con la excusa de combatir el tráfico de esclavos y cristianizar a su población, en realidad para controlar el comercio de caucho y marfil, entre otros recursos. 

Lo que no se sabía, o pocos recordaban, es que cuando no era más que un príncipe heredero, el joven Léo, duque de Brabante, ideó un plan militar para invadir la vecina Holanda. Buceando en los archivos reales de Bélgica, el periodista flamenco Kris Clerckx ha desenterrado la historia en su nuevo libro, Los viajes del rey Leopoldo II (y fueron muchos, se decía que era el más viajado de los monarcas de la época). La noticia, recuerda ahora la prensa belga, había aparecido en una publicación especializada en 1997, pero no tuvo mucho eco, y se puede decir que Holanda ha descubierto sólo ahora los planes invasores del país del que se separó en 1830. 


Desde joven, el sucesor de Leopoldo I estaba obsesionado con hacer a la pequeña Bélgica más grande. Los documentos datan de 1854, once años antes de su acceso al trono a la muerte de su padre. En esa época, el joven príncipe envió una misión de espionaje a los Países Bajos con el fin de averiguar la potencia militar de su ejército. A continuación, trazó un plan de ataque para anexionarse al menos una parte de su territorio e ideó una estrategia diplomática para obtener la aprobación de París, la única forma de que su plan triunfara porque, creía, indirectamente aplacaría a Berlín y Londres.

De la información que obtuvo, Leopoldo dedujo que la operación era viable. El ejército belga tenía 2.127 oficiales, frente a los 1.397 del holandés, muchos de ellos de avanzada edad. El presupuesto del Ministerio de Guerra belga también era ligeramente superior al de sus vecinos, dedicado en buena parte a la defensa marina, casi inútil para el tipo de invasión que ideó el heredero: terrestre y comenzado por un ataque sorpresa sobre Amsterdam.

El coronel Chauchet, el militar de más rango de la misión de espionaje, advirtió al joven Leopoldo que la defensa acuática holandesa no era en absoluto despreciable, y que debía contar además con la posible reacción patriótica de los holandeses. Léo, el gran filántropo de la colonización de África, pensaba en cambio que los católicos holandeses lo recibirían con los brazos abiertos como libertadores, explica Clerckx en su libro.

Fue Napoleón III quien se ocupó de abortar el proyecto. Leopoldo planteó sus planes al más alto diplomático francés en Bélgica, el príncipe de Chimay, quien se mostró poco receptivo a la idea. Fue necesario un encuentro personal con el emperador para que el futuro soberano belga suspendiera sus planes, aunque no desistió en sus planes expansionistas. “A Bélgica le hace falta una colonia”, hizo grabar pocos años después en un mármol traído del Acrópolis. El resto de la historia es conocida. Esta locura de juventud dio pie a otra mucho peor que sí perpetró. Leopoldo II se decidió al fin por el Congo, donde instauró un régimen brutal que se cobró la vida de entre cinco y diez millones de personas.