domingo, 22 de noviembre de 2009

“Celda 211″: Un motín soberbio

Escrito por Jordi Revert el 10.11.09 a las 14:24

“Celda 211″ es un excepcional triunfo del cine de género en nuestro país. Una película soberbia en su manejo de los tiempos, de brío y estética contundentes, y con un inmenso Luis Tosar como verdadero protagonista.

Triunfo sin peros, sin concesiones a cánones pero sin renunciar a identidades. “Celda 211″ es uno de los mayores logros de la industria española de los últimos años, porque no hay aquí género mascado, disimulado y listo para producir efecto-llamada dirigido a grandes públicos, sino una asunción poderosa de los mecanismos, la lección bien aprendida y mejor aplicada por Daniel Monzón. Todo vítor que gane su película será poco para recordar que ésta es una excelsa representante para exigir la normalización, la mayor frecuencia de ese otro cine, el que se sitúa al margen de los géneros “oficiales” y los lugares comunes perpetuados. Una oportunidad de oro.

Desde un escalofriante prólogo que ya augura la condición trágica del filme, “Celda 211″ demuestra una habilidad extraordinaria adentrándose en el submundo carcelario y viste su imagen de estética sucia, ambientación áspera y siempre hostil. Más tarde se demostrará, también, sobrada construyendo personajes magnéticos, una galería de perdedores y tarados, abandonada escoria social que fluctúa entre el caos y la artimaña, entre la sumisión al líder o el ardid por cuenta propia: Carlos Bardem o Luis Zahera componen personajes extremos, pero siempre creíbles. Sin embargo, son las reservas iniciales de Monzón a destapar tempranamente el rostro del antagonista las que denotan sus intenciones de introducir con solemnidad al monstruo que encarna Luis Tosar. Malamadre es terroríficamente carismático, bestia hipnótica y fascinante en la que la brutalidad y un personalísimo código de valores se dan la mano. La habitual inmensidad del actor alcanza, aquí, una alianza soberbia con la inmensidad del personaje, diluyendo límites entre el antihéroe desesperado y el asesino instintivo, imprevisible, capaz además de ganarse una empatía imposible del espectador.

Monzón imprime brío e intensidad a una narración siempre poderosa, logrando tensiones insostenibles e infiernos viscerales y perfectamente coreografiados. Cierto que hay debilidades que impiden la maestría, que la subtrama de los disturbios en el exterior de la prisión resulta impostada para desencadenar un viraje irreversible en el devenir de los acontecimientos. Pero a cambio, el realizador demuestra brillantez utilizando a tres etarras como sutilísimo macguffin sin amenaza de politización de la trama, planteando desmoronamientos de la moralidad (el personaje de un correcto Alberto Ammann, eso sí, siempre achantado ante la presencia de Tosar) y hasta consistentes caminos hacia la insospechada fraternidad de sus dos personajes principales. El desenlace, a la altura de los méritos logrados hasta el momento, revela en Monzón un sentido magnífico de la épica que es el mejor aliado para la contundencia de la que puede presumir “Celda 211″. Sin duda, una de las muestras de género más importantes que nuestra cinematografía ha dado en los últimos tiempos.