Una tarde de verano de 1851, sobre las ocho horas aparece entre la bruma del Solent la silueta fantasmagórica de una goleta, entre la Isla de Wight y la costa inglesa, adelantando la proa de un navío de la armada británica. La Reina Victoria escudriña el horizonte con atención. La goleta que acaba de vencer a lo más selecto de la marina real se llama «América».
La Reina, frustrada, pregunta por el segundo: «Majestad, no hay segundo» le responden.
Estas palabras resumen por sí solas el espíritu de la Copa América: el primero gana, los demás participan.
Aquel día de 1851, el «América», representando al New York Yacht Club, desafía al viejo mundo y a la mejor armada, llevándose la Jarra de las Cien Guineas del Royal Yacht Squadron.
Desde aquel momento, la Copa dejó de ser una competición a vela y pasó a convertirse en todo un símbolo del triunfo del nuevo mundo sobre el imperio británico, potencia de la época y dejando en evidencia el imperialismo de la marina británica sobre el resto del mundo. El trofeo pone rumbo a la nueva democracia americana, donde habrá que esperar más de un siglo antes de que abandone Nueva York.